En este tiempo que nos ha tocado
vivir parece que ha perdido valor el
talento y la profesionalidad que puede aportar cada uno con el esfuerzo de su
trabajo para mejorar el bienestar común. Por el contrario, cuando
desgraciadamente recibimos noticias -como la de este pasado lunes- en las que
nos informan del incremento en el número de personas en paro, parece que a los
analistas, lo único que les interesa es el coste económico: el precio.
Es verdad que el número de parados
repercute directamente en la cuenta de resultados del Estado, por cuanto
-atendiendo a una visión completamente mercantilista- una de las principales
fuentes de ingresos de un país se desvía para engrosar directamente el capítulo
de gastos. Pero sin negar ni menospreciar esta realidad, es más grave la
repercusión que para el país tiene el desaprovechamiento de su gran capital
humano. Estamos arrinconando de manera lamentable a casi seis millones de
personas con mucho que ofrecer para nuestro crecimiento como país. Es ahí donde
se está produciendo realmente nuestra agonía como sociedad. Y al desperdiciar toda
esta creatividad, destreza, habilidad y talento, corremos el riesgo de minar
nuestra propia moral y autoestima, dudando incluso de nuestras propias
capacidades para salir adelante y superar esta crisis.
Nuestros gobernantes afirman que el
paro es una de sus principales preocupaciones, pero lo cierto es que las tan
anunciadas medidas urgentes para reactivar la economía, incentivar a los
emprendedores o crear condiciones que favorezcan el acceso al trabajo no acaban
de llegar. Y a día de hoy, con la legislatura bien avanzada, engrosan la
vergonzosa lista de promesas electorales aún sin cumplir por parte del actual
Gobierno. A estas alturas ese calificativo de “urgente” suena a broma de mal
gusto.
Mientras tanto, se sigue insistiendo
en centrar exclusivamente nuestra atención en recortar de manera desmedida los
gastos para devolver en tiempo y forma,-con el interés añadido- el dinero que
nos han prestado, para que así nos vuelvan a prestar dinero a un interés más
alto y así tener que recortar aún más... Según afirman, es la única forma de
que España pueda mantener la confianza de los mercados, pero a la vista está
que nuestro crédito como país está bajo mínimos. Y así, distraídos como estamos
con nuestra prima de riesgo, ya hemos alcanzado la cifra de paro más alta en
los treinta y seis años de nuestra actual democracia.
¿Hay alguna forma de salir de esta
espiral?
Si la hay, desde luego pasa por
recuperar el valor de la persona, confiar más en las capacidades y en la
propia productividad, que en el dinero procedente de créditos y en la economía
puramente financiera. Porque nuestra verdadera riqueza no está en el capital
riesgo, sino en las personas y su enorme potencial. En ellas reside el alma y
la energía vital del país. Y por más que nos intenten convencer, no habrá
realmente brotes verdes hasta que empecemos a recuperar el protagonismo de todo
este capital humano, dando valor y no precio a la persona.
Decía Mahatma Gandhi: "Sé el
cambio que quieras ver en el mundo". Hagámoslo posible, todos tenemos que
ser actores de este cambio y sentirnos implicados. Reivindiquemos y pongamos en
valor nuestra dignidad como seres humanos.
Porque somos personas, no dinero.
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